Monday, November 15, 2010

El mito terrícola del matrimonio



¿En qué clase de tormentos se mete uno cuando iniciamos una relación, cuando pensamos que esta es, cuando depositamos todos nuestros designios, metas de vida...sueños? ¿Qué clase de horrores nos aguardan cuando comenzamos a ver el verdadero rostro de ese o esa que dice ser nuestra pareja, nuestro par, nuestro otro yo? ¿Será en verdad ese otro yo nuestro montruo? ¿Será el ángel castigador que viene a vengar no sabemos qué pecados que habremos cometido?

Todo nuestro andar en la vida, creciendo, ilusionándonos y esforzándonos por dilucidar qué futuro deseamos, para que vayamos cayendo a un foso increíble de rabia, de dolores, de descubrimientos que nos dejan más que la boca seca. Ojalá y fuese únicamente la boca seca.

La institución del matrimonio muere por el mismo mito que la crea: que se unen dos para ser felices por siempre. Y si se amarra el vínculo con el mandamiento religioso, peor aún, pues dice que es para siempre, para toda la eternidad. ¡Qué horror! Estar encadenado por siempre con alguien a quien no se ama, no se quiere.
Y para aumentar el desatino: con alguien que alguna vez pensó uno que amaba.

Este es el tormento último, la quintaescencia del amor, del enfermo amor (el amor para ser tiene que estar enfermo): Haré que lo ames para que luego lo odies.
Cuando uno no quiere a alguien es más leve el dolor que cuando uno lo ama y luego se rompe la mentira para dejar salir la verdad dolorosa. Verdad y dolor debiera ser pleonasmo pues siempre que "descubrimos la verdad" es algo no muy grato, horrendo sin tratar de ser hiperbólicos.

¿Qué nos queda entonces?

Por eso los seres humanos se quedan dolidos, lamiendo por siempre esa herida que no se lame, se muerde, se arranca la costra y se desangra de nuevo. El amor es una bestia cruel: primero nos mima, luego nos vuelve a enterrar el dedo en la yaga, luego finge que nos cura y de nuevo arranca la venda con todo y carne.

Por eso los seres humanos se tornan vengativos. Juran inconsciente (a veces conciente) venganza contra aquel que los apresó y torturó; y casi siempre paga los platos rotos un ser que no la tenía ni la debía: la cadena sin fin.

Los seres humanos no son espirituales: rezan para pedir, fingen espíritu dentro de camisas blancas pulcras (lo único pulcro que pueden presumir bajo la apariencia de humildad). Y aun esa camisa se mancha. Nada hay inmaculado. No existe la pureza. No debería. Somos el resultado de todo lo que absorbemos. Y absorbemos de todo.

Es cierto que se viene aquí a aprender. También podriamos asegurar que no venimos a aprender si no a aprovecharnos de los demás: los millonarios nos dan el claro ejemplo. No sabemos. Lo único posible y creíble es lo que nos dice ese algo dentro de nosotros. Lo único que nos marca nuestro camino es ese algo que, aunque finjamos, nos conduce y nos lleva hacia lo que hemos conocido como lo "malo" o "lo bueno". Cada sociedad, cada época ha demarcado sus cosas "buenas" y "malas".

En algún tiempo, imposible de ubicar, suponemos que la religión era "buena" ahora es claro que no. Por lo menos la regida por los humanos.
Que un sistema político era el "bueno". Ahora vemos que no: ni la izquierda extrema ni la derecha ultra derecha ha dado soluciones.

¿Por qué? Porque son los mismos humanos quienes las llevan a cabo. Son ellos mismos quienes las acomodan a modo. El simple hecho de ser humano implica que la regla será trastocada por el ansia de poder, sexo, dinero.

¿Qué nos queda? Nos queda esforzarnos en no engañarnos a nosotros mismos (cliché, pero cierto cliché). Nos queda confiar en lo que uno confíe. Nos queda ver por nosotros mismos y por quien amamos. Nada más.

Yo deseo sinceramente que aquellos que hemos hecho mal a propósito lo paguemos al triple.
Yo deseo sinceramente que aquellos que se han arrependido de sus males, encuentren la paz. Aunque suene trillado. Lo deseo de corazón. Porque me lo deseo a mí mismo.

En mi corta vida en esta vida en este planeta he aprendido que, en efecto, siempre llega algo que iguala las cosas. No lo provoca un ser siniestro, no lo provoca un destino marcado, no lo provoca un dios o un demonio: lo provoca todo eso junto. Todo eso junto es lo que cada uno llevamos dentro.

No comments:

Post a Comment